Esa noche Alex durmió en un camastro que estaba situado al lado de una ventana. No pudo pegar ojo en toda la noche, y en cambio, pudo observar el amanecer con todos los detalles. El cambio de las estrellas por las nubes, el sutil anaranjado de la mañana, hasta que se hizo una hora prudente para levantarse en una casa ajena. Zapata dormía en la misma habitación, pero al oír los pasos de Alex pronto se levantó e hizo un café tan fuerte que terminó por despertarlos a ambos.
El camino al museo era cuesta arriba, pero Alex corría como si fuese algo que hiciera todos los días. Densas gotas de sudor invadían la chaqueta en la parte de la espalda, y corrían por su frente, pero al llegar un sudor frío recorrió su cuerpo como en una visión. Frente a él, la casa donde vivía la mujer que nunca había olvidado. Pero entre tanto lujo, algo no estaba bien, al menos eso era lo que Alex parecía escuchar desde muy dentro de su conciencia. Buscó en la reja el timbre, y apretó el botón. Momentos después apareció una mujercita vestida con un delantal.
- Buenos días, señor.
- Buenos días, señorita. Mi nombre es Alex, y estoy buscando a la señorita Elizabeth... Le ruego que le diga que necesito verla.
- ¿Alex, verdad? Por favor, acompáñeme, a la sala. Iré a buscar a la señora.
Algo como una roca de proporciones groseras fue lo que aplastó a Alex en ese preciso instante. "Iré a buscar a la señora", la ama había dicho, y acto seguido había subido las escaleras, en busca de alguien que recibía el apelativo de "señora". -No puede ser una señora- se decía el joven, -¡No puede haberse casado!- y a cada segundo se sentía peor, hasta que desde arriba sintió las pisadas en dirección a él. Por la escalera se oía bajar una persona, y luego encaminarse hacia él... pero él no miraba, hasta que unos pies se pusieron frente a los suyos.
El silencio era lo único que rondaba en el ambiente. Un silencio lleno de sensaciones, cada cual más contrastante con la otra. Por un lado, había algo de ternura en la pose de la figura. Por otro, unos ojos que encerraban rencor muy dentro de sus pupilas, reflejaban los pensamientos de la mujer que estaba frente a él mismo.
- Yo... -intentó decir Alex- yo lamento todo lo que hice en esos tiempos... pero necesito ver a Elizabeth...
- Tú eres un maldito animal... ¿Cómo vienes a solicitar alguna cosa a esta casa?
- .... -Alex no pudo sino esconder su mirada en el parquet.
- Ahora vete. No te quiero cerca de mi casa nunca más.
- Señora... -la interpeló Alex, con los ojos más suplicantes con que la pudo mirar- sé que mis actos no tienen perdón, pero nunca pude olvidar a Elizabeth. Por favor, déjeme verla un momento, sé que todavía se puede arreglar...
- ¿Qué es lo que quieres arreglar, bastardo? - rugió entonces la señora- ¿Que la abandonaste sin más? ¿Que hiciste de su vida una mierda? ¡vete!
La mujer que hablaba ya había experimentado el quiebre de su voz. Las lágrimas empapaban sus mejillas, y el maquillaje parecía un riachuelo de carbón. Los nervios de la anciana ya no servían, y esta temblaba por la furia que contenía en su cuerpo. Si hubiera podido, le hubiera quebrado al hombre todos los huesos, tal era el odio que sentía por aquél que rogaba una atención que no merecía, ni podría tener. El ama que minutos antes le había conducido a la sala, ahora había venido con un vaso de agua y varias pastillas, que le dió a la anciana. La sentó en una silla y tomó a Alex del brazo, hasta llevarle de nuevo al jardín, y a la puerta.
- Señorita... -le habló Alex, preso de una desesperanza que se colaba por sus huesos como un aire frío- se lo pido por su madre... Déme alguna señal del paradero de Elizabeth... usted debe saber dónde la ubico...
- Señor -le interrumpió ella- yo sé dónde está ella, y se lo diré si me deja explicarle, aunque debo ser rápida, pues mi señora es capaz de matarme si se entera de que le diré donde está Elizabeth...
- Se lo ruego, mujer... -Alex ya no estaba en pié sino en una posición como si estuviera arrodillado- una dirección... un teléfono quizá... por favor.
- Vaya a la siguiente dirección. - ahora ella le escribía algo en un papel- y pregunte por Elizabeth.
Los ojos se le iluminaron a este hombre que hacían segundos estuviera al borde del colapso, mientras cogía el papel y se incorporaba, y quizás por oír la angelical sonatta de los enamorados, interpretada por los ángeles más virtuosos, fue que no escuchó conscientemente la última frase del ama:
"Pero, le ruego, señor, que vaya usted preparado..."
OTRO PLAN QUE SE JODE
Hace 5 años
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